Por Modesto Lule MSP
Érase
una vez un jardín en el otro extremo del Mundo, donde había árboles de todo
tipo. Sus hojas verdes parecían de plástico de fantasía.
El pasto en la tierra
tenía un color esmeralda brillante. Las miles de flores cubrían y adornaban el
lugar como si se fuera a presentar un evento sin precedentes. Había gardenias,
tulipanes, claveles, rosas, jazmines, azucenas, violetas, alcatraces,
margaritas y muchas otras más. También había un río que pasaba por un lado de
este inmenso jardín. Sus aguas eran frescas y azules, cristalinas y tranquilas.
La fuente del río era la montaña nevada que se alzaba allá, a lo lejos, en el
horizonte. En algunos días de la semana los niños acudían a ese lugar para
jugar y columpiarse en los árboles. Comían de sus frutos y cortaban algunas
flores para llevárselas a sus mamás.
Cuando
todos se habían ido y los árboles se quedaban solos, éstos comenzaban a
platicar. Uno de ellos, el más gruñón, se quejaba de todo, no había nada que le
agradara. Si salía el Sol porque salía, si no salía porque no salía, si llovía
porque llovía si no porque no llovía. Nunca estaba contento. Todo le aburría y
le parecía chocante. Su misma actitud lo había llevado a la rutina y ésta lo
hizo insensible ante lo que acontecía a su alrededor. Cierto día le comentó al
manzano: “Oye manzano, ¿tus parientes no conocen otro lugar diferente a este?,
¿no te han contado que hay más allá del horizonte?” El manzano se divertía con
una de sus hojas cuando escuchó las preguntas del naranjo. Con una de sus ramas
le aventó la hoja para que jugara con él, a la vez que le preguntaba: “¿Y para
qué quieres saber?” El naranjo tomó la hojita y la soltó, gruñendo por la
actitud del manzano. “¿Cómo que para qué?” Le contestó. “¿Acaso no estás
cansado de vivir en este lugar tan monótono? ¿No te fastidia el ambiente, los
niños, el clima? ¿Qué no tienes deseos de conocer nuevas tierras, de probar
nuevos sabores, de respirar nuevos aires?” El manzano tomó otra de sus hojas y
comenzó a jugar con ella nuevamente. Le dijo, entonces, al naranjo: “Si ya te cansaste
de todo lo que hay a tu alrededor y te fastidia todo lo que te pasa, ya te
cansaste de ti mismo. Y respecto a lo que me preguntas de lo que me han dicho
mis familiares acerca de lo que existe allá, detrás del horizonte, te diré que
no hace falta probar de todo para saber si es bueno o malo, simplemente, hay
que mirar a nuestro entorno para darnos cuenta de los éxitos o de los errores
de otros y aprender de ellos. Los mismos peces del río nos han dicho lo sucia
que está el agua más allá del horizonte; el polen de las flores que vuela hasta
aquí, nos cuenta de lo hermoso que le parece este lugar. Además, nuestros
antepasados, mediante anécdotas, nos cuentan que aquellos árboles que se han
adentrado en la aventura, han perdido la vida”. El naranjo arrebató nuevamente
la hoja con la que jugaba el manzano y le dijo: “¿No quieres ser un triunfador?
El que no arriesga no gana mi amigo. Es necesario salir del escondite para
triunfar en la vida. Solamente los que se arriesgan a ser diferentes se hacen
vencedores”. El manzano volvió a tomar otra de sus hojas en sus ramas. Después
le dijo al naranjo: “No confundas las cosas mi amigo. Para triunfar en la vida
no hay que salir de ella, porque lo único que harías es engañarte. Tú no
quieres conquistar un mundo, tú lo que quieres es evadir un presente, evadir la
realidad. Los triunfos se hacen en esta vida saliendo de lo ordinario, no
saliendo de la vida”. “No entiendo tu comentario, dijo el naranjo, además me
comienza a doler la cabeza”. “Te pasa eso, dijo el manzano, porque no estás
acostumbrado a pensar”. “Yo siempre pienso, dijo el naranjo, yo siempre escojo
lo mejor de varias cosas”. “Eso no es pensar, contestó el manzano, eso es
buscar tus apetencias, tus gustos, pero no quiere decir que pienses”. “Lo que
pasa que tu eres un conformista, refunfuñó el naranjo, no te gusta ser mejor”.
El naranjo y el manzano dialogaron un buen rato pero quedaron como al
principio. El naranjo persistió en su idea y pronto puso manos a la obra. Sus
raíces dejaron de tomar el agua de aquel río que los alimentaba y comenzó a
buscar por otros lugares. Paso un día y sus raíces no encontraban agua para
alimentarse. Una de ellas le decía a otra: “¿Ya probaste esta tierra sabor
salecita?”. “Se llama salitrillo”, dijo la otra. “¿Y ésta color chocolate?”.
“Esa se llama lama”. “¿Qué no es tepetate?” Dijo la otra. “No, el tepetate es
más duro que la lama”. “¿Y está más suavecita?”. “Esa se llama barro”. Así
fueron varios días los que recorrió el naranjo queriendo encontrar nuevas
tierras. El Sol y el viento comenzaban a resecarlo, pero su orgullo le impedía
volver atrás. Pasó un mes y el naranjo se marchitó. El manzano y todos los
demás árboles se preguntaban sobre su paradero. Ya habían pasado más de cinco
meses y no sabían nada de él.
Mientras
tanto, lejos de ahí, las raíces del naranjo buscaban y buscaban agua por
senderos nunca antes vistos, hasta que escucharon un ruido como de cascada. Se
sentían agotadas, pero sacaron fuerzas de la flaqueza para llegar a donde
estaba el agua. Nunca habían topado con un suelo tan duro. Ignoraban que se
llamaba concreto y que había sido inventado por los hombres. Cuando vieron el
agua se quedaron extasiadas pues su color no era azul sino negro. Su fuente era
una gran montaña color gris brillante, que echaba humo. El nombre de aquella
montaña era Fábrica. Las raíces, muertas de sed, se abalanzaron hacia aquella
agua tan extraña. Los primeros sorbos fueron escupidos, después se hicieron a
la idea y se conformaron. El tiempo pasó y, poco a poco, el naranjo se desinteresó
de su vida, hasta no importarle nada. Sus frutos decayeron hasta ser los más
raquíticos de aquel paraje. Pronto se hicieron agrios y pequeños. El color de
sus hojas se opacó y se hicieron amarillas, después cafés y, por fin, se
secaron. El dueño de aquel lugar notó la enfermedad de su naranjo y trató de
ayudarlo con fertilizantes y vitaminas. Pero todo era inútil pues su problema
no era exterior sino interno. El dueño ignoraba de dónde tomaba sus fuerzas
aquel naranjo y por eso no pudo ayudarlo. Después de algún tiempo lo tuvo que
cortar.
Los
hombres caminan de un lado para el otro encontrándose los unos con los otros,
buscando lo práctico, lo lujoso, lo apetecible. Lo necesario lo convierten en
indispensable, creándose dependencias artificiales. Crece su voracidad ante las
avalanchas de nuevos productos que salen día a día. Su vida es un constante
adquirir y se sienten insatisfechos cuando no lo hacen. Buscan la heroicidad
pero sin esfuerzo. Buscan y buscan en lugares equivocados. La brújula de la razón
se ha oxidado porque no la han puesto a trabajar, se ha quedado arrumbada en la
sala de aparatos viejos. La verdad es relativa, lo único real es lo que dictan
los sentidos. Ahora son los gustos y los placeres los lazarillos del hombre.
Por eso el ser humano se ve envuelto en un frenético activismo. Corre como si
no tuviera tiempo, trabaja sin medir fuerzas ni salud, se enajena de todos
cuando está frente al televisor aunque esté rodeado de su familia. Su vida se
ha vuelto un caos y, por eso, busca y busca algo que lo contente.
En
la Biblia encontramos que aquel hombre que cumple la voluntad de Dios con
alegría y hace su oración de día y de noche es como el árbol plantado junto al
río que da su fruto a tiempo y tiene su follaje siempre verde (cf. Sal 1, 3).
Para él no hay catástrofes. Sabe que estando al lado de Dios no hay por qué
temer, ya que Él lo conduce a donde brota el agua fresca (cf. Sal 23, 1-2). El
hombre avaricioso no puede alcanzar la plenitud. La plenitud no se alcanza en
este mundo. Con razón nos lo advertía Jesús con tanta insistencia: “Busquen
primero el Reino de Dios y lo demás vendrá por añadidura”. Solamente quien ha
subido a la montaña sabe cómo se ven las cosas desde arriba. Aunque utilice
miles de palabras nunca podrá trasmitir lo que sintió estando en la cima del
mundo. La encomienda es personal y el mérito también. Solamente quién se atreve
a realizar lo que dice el salmo sabrá de lo que se trata: “Hagan la prueba y
verán que bueno es El Señor.”
Nos
vemos en la próxima. Y te invito a que compartas esta publicación si has sentido que te dejó una reflexión y dinos si te gustaría leer más de este tipo de escritos en este blog.
Dios les bendiga.
Dios les bendiga.
4 comentarios:
que reflexion tan actual.
me quedo con esta frase.
-Para triunfar en la vida no hay que salir de ella.
Gracias Padre Modesto siempre le atina cuando anda uno aguitado sobre todo en otro pais es facil perder las raices q Dios lo siga bendiciendo en su ministerio
Gracias siempre por sus enseñanzas, una excelente historia para compartir y para apreciar siempre los dones de Dios.
Gracias siempre por sus enseñanzas, una excelente historia para compartir y para apreciar siempre los dones de Dios.
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