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La
Iglesia católica ha reconocido una gran cantidad de santos en todo el mundo.
Éstos han sobresalido no tanto por hacer cosas extraordinarias, sino más bien,
por hacer de lo ordinario algo extraordinario. Los santos han demostrado que la
vida puede dar fruto a pesar de las heridas y lesiones, de los fracasos y
desgarramientos sin que nos destruyan. No sólo por méritos propios, más bien
porque se han acogido a la gracia de Dios. A estas personas la Iglesia les ha
dado el título de santos.
En
la historia del cristianismo, las personas se han dirigido a los santos siempre
que se encuentran en apuros. Han levantado iglesias en su honor, y han
peregrinado hasta ellas para implorar ayuda en sus tribulaciones. Los santos no
son obradores de milagros, sino sólo intercesores ante Dios, de aquellas
personas que piden ayuda en medio de su necesidad. En cierta manera, los santos
ayudan a los demás para que obtengan algún favor de parte de Dios. Y esta no es
una idea de nuestros tiempos, ya la Sagrada Escritura lo menciona, por ejemplo,
la gran cantidad de milagros que realizaban los Apóstoles. Los santos son, en
cierto modo, un prisma a través del cual contemplamos la acción salvadora y
liberadora de Dios, un signo de esperanza que
nos anima a alcanzar la meta del encuentro con Dios.
Pero
no debemos dejarnos confundir con el gran número de figuras populares que
pronto ganan fama de «santidad». Muchas de estas figuras son engrandecidas por
comentarios de diferentes tipos de personas –hasta de no creyentes– y con
versiones diferentes, casi siempre exageradas.
Mencionaré a continuación una pequeña lista de aquellas
personas a las que algunos creen santos, pero que la Iglesia no ha reconocido
como tales.
La «santísima muerte». Esta pseudodevoción gana
cada día más fama: un esqueleto ataviado con vestido, guadaña, balanza, brazos
y falanges de metal o con figuras de oro y plata. Se exhibe en tiendas
espiritistas o mercados donde venden todo tipo de amuletos y elementos para la
adivinación o curanderismo. Sus promotores la presentan como una «entidad espiritual»
que ha existido siempre, lo cual es mentira. Esta falsa devoción la permite,
favorece y promueve una agrupación no-católica que se autonombra: Iglesia
católica Tradicional Méx.-USA, Misioneros del Sagrado Corazón y san Felipe de
Jesús». Los ministros de esa secta no son sacerdotes católicos, y su líder, además
de polémico, es promotor del aborto y los anticonceptivos. No practica el
celibato. La santa muerte comenzó a ser adorada, más que venerada, por criminales,
contrabandistas, pandilleros, ladrones y prostitutas. Ahora su fama se ha
extendido a diferentes clases sociales y a otros países.
La santa Cabora. Es otra falsa devoción.
Teresa Urrea nació el 15 de octubre de 1873
en un rancho cerca de Ocoroni, Sinaloa. Teresita, como la llamaban,
comenzó a tener en su adolescencia ataques epilépticos. Decía tener visiones
y se ufanaba de predecir el futuro y
realizar curaciones. Pronto ganó fama de santa en la región. En mayo del 1890
el pueblo se levantó contra el gobierno del Estado y proclamaron el nombre de
Teresa como viva intercesora de las demandas presentadas. El gobierno la
deportó del país. Murió de tuberculosis a la edad de 32 años. Después de su
muerte empezó su culto.
El santo niño Fidencio. José Fidencio Síntora
Constantino nació en 1898, cerca de la villa de Yuriria Gto. Fue a la edad de
23 años, en el año de 1921, cuando en compañía de su hermano se trasladó a Espinazo,
Nuevo León. Desde muy joven demostró habilidad para curar animales por medio de
hierbas y ungüentos. Fue hasta el 15 de agosto de 1927 cuando a Fidencio se le
indicó en una supuesta revelación que debía ayudar a sus hermanos. Pronto su
fama se propagaría por todo México. Sus seguidores comenzaron a llamarle «Niño
Fidencio» como referencia directa al Niño Jesús, que es Dios. Sus seguidores
creen que antes de morir dejó dicho a sus discípulos que de ultratumba se
comunicaría con ellos a través de médiums (espiritistas). Y los que se dicen
beneficiarios de esta comunicación con el muerto Fidencio se hacen llamar
«cajitas».
San Juan Soldado. Juan Castillo Morales
era un soldado de Tijuana, Baja California que fue sentenciado a muerte,
acusado de homicidio. Nunca reclamó ningún tipo de derecho. La señora a la que
le habían matado a su niña mencionó que Juan Castillo no era el culpable, y
constantemente le llevó flores al lugar donde lo fusilaron. Con el tiempo la gente comenzó a pedirle
milagros y su fama fue creciendo. Su historia se remonta a los años 40’s.
Jesús Malverde, el «santo de los
narcotraficantes».
La leyenda dice que nació el 24 de diciembre de 1870, en Sinaloa. Su nombre fue
Jesús Juárez Mazo. Debe su sobrenombre a su mala reputación y a la costumbre de
camuflarse con hojas de plátano para robar ganado. De esta conjugación nació el
nombre de Mal-verde. Su figura se da en la época del porfiriato. Muere el 3 de
mayo de 1909. Su figura se acerca más a la de un Robin Hood moderno. Se dice
que un 85 por ciento de los narcotraficantes pide su intercesión.
Por
toda América Latina se dan diferentes manifestaciones de personas o figuras no
santas. En Argentina y Chile se conocen a la «difunta Correa», el «Guachito
Gil», «Rodrigo el cantante»; incluso al futbolista Maradona lo catalogan ya de
santo. En Venezuela se menciona a María Lienza, y en Guatemala, a Maximón o
Mashimon, como lo nombran algunos. Esto lleva a aclarar que la Iglesia católica
no proclama irresponsablemente a los santos, sino sólo a aquellos que, después
de un largo proceso de estudio y oración, considera dignos por su vida de
entrega a Dios. La Iglesia no juzga el destino de la multitud restante de
difuntos, pues su misión es servir como madre para comunicar la gracia y la
vida de Cristo antes de que sus hijos mueran, y rezar por ellos después.
Los
falsos santos se deben distinguir de los verdaderos, pues no hay razón para
venerarlos, y los verdaderos no deben ser mezclados con supersticiones. Sólo es
válido admirar a un santo si éste nos inspira a vivir heroicamente el evangelio
de Jesucristo. Los santos son los que han luchado el buen combate de la fe y
han merecido la corona prometida. Y al venerarlos, hemos de ver en ellos la
prueba de que nosotros también podemos llegar a ser santos.
Por
último recuerda que los santos no interceden para que hagas daño a los demás.
Busca conocer tu fe y no te dejes engañar por cualquier cosa que te presenten
como milagrosa.
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Hasta la próxima.
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