Por P. Modesto Lule
Zavala msp
En
México es muy común que las personas que sufren de la enfermedad del
alcoholismo busquen hacer promesas para no volver a tomar durante algún tiempo.
A estas promesas suelen llamarle juramentos. Cierto día llegó un señor buscando
al sacerdote de la parroquia donde me encontraba de misión.
La
persona no podía articular palabra y entre balbuceos entendí que quería jurar.
Le pregunté que por qué quería jurar y me dijo que para dejar de tomar cerveza.
Conforme hablaba el aliento de licor se hacía más fuerte. Le dije que en el
estado que venía no podía hacer dicho juramento. Se puso un tanto necio por mi
negativa e intento persuadirme para que le permitiera hacerlo. No supe si era
convicción personal o coacción por parte de la que parecía ser su esposa y
estaba a unos cuantos metros de distancia esperando que terminara la dichosa
promesa. Me acerqué a ella y le explique que en dichas circunstancias no podía
hacer el juramento pero que mañana temprano acudieran y con mucho gusto les
recibiría.
El
segundo mandamiento de la ley de Dios regula más particularmente el uso de
nuestra palabra en las cosas santas. Este prohíbe abusar del nombre de Dios, es
decir, todo uso inconveniente del nombre de Dios, de Jesucristo, de la Virgen
María y de todos los santos. Hacer juramento o jurar es tomar a Dios por
testigo de lo que se afirma. Es invocar la veracidad divina como garantía de la
propia veracidad. El juramento compromete el nombre del Señor. Por lo mismo
debemos de cuidar muy bien las promesas que hacemos. No podemos jugar con el
nombre de Dios o tomarlo como si fuera algo muy simple. Querer jurar o hacer
una promesa colocando a Dios como testigo cuando no se encuentra la persona
totalmente consciente es una burla. Una burla de lo sagrado. Si usted se quiere
comprometer delante de Dios para realizar cualquier acción de beneficio debe
asegurarse que lo ha pensado, reflexionado y que se encuentra totalmente
decidido ante todas las consecuencias posibles en el futuro. Hacer una promesa
delante de Dios nunca se debe tomar como un juego. Hay que ser maduros y conscientes
de lo que queremos hacer y confiar en la ayuda de Dios para cumplir lo que
prometemos. La mera intención no basta, tenemos que agregarle convicción,
decisión, compromiso y mucha fe para poder cumplir lo que decimos.
Otra
falta a este mandamiento es cuando se toma el nombre de Dios como aval de todo
lo que se dice. Algunos ejemplos son: “Te lo juro por Dios que así fue”,
“verdad de Dios”, “por Dios, tienes que creerlo”… No se puede tomar el nombre
de Dios como garantía de todo lo que decimos. Quien hace esto que dijimos o ya
padece de una terrible muletilla o es un mitómano, es decir, una persona
sumamente mentirosa que para hacer más creíbles sus mentiras toma el nombre de
Dios como garantía. Nunca se debe poner el nombre de Dios por delante para
querer ser honesto. La integridad de un hombre se mide por su conducta, por la
verdad de sus palabras y por su modo de actuar. Con lo que respecta a las
muletillas, deben corregirse ya que no es correcto estar diciendo a cada rato
el nombre de Dios.
El
segundo mandamiento prohíbe también el uso mágico del nombre divino. Ante este
caso podemos notar que muchas personas que están adentradas en prácticas
esotéricas, es decir en prácticas misteriosas o enigmáticas, mencionan a cada
rato el nombre de Dios, de la virgen o de los santos mientras hacen rituales de
magia o hechicería para librar de supuestos males a las personas. No se debe
utilizar el nombre de Dios como si fuera amuleto o fetiche. Conozcamos mejor
nuestra fe.
Hasta
la próxima.
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