martes, 3 de enero de 2012

LA SOBERBIA



Una mirada a lo que fue mi niñez
Por el P. Modesto Lule msp
Twitter: @ModestoLule
Facebook: ModestoLuleZ

Hace poco me toco estar de visita en la casa de mis padres. Como religioso se nos permite visitar a la familia cada dos años. Pero antes de ser religioso estuve en Estados Unidos de Norteamérica por casi 8 años, en los cuales no pude verlos. En realidad han sido pocas las veces que desde entonces lo he hecho. En esta última ves ya como sacerdote y celebrando en la capilla de mi pueblito, al finalizar la misa llegó a la sacristía un amigo de la infancia. 22 años que no nos veíamos.
Fue conmovedor el momento ya que en poco tiempo nos pusimos a recordar los apodos y nombres de algunos de los compañeros de aquel entonces. Yo confieso que no me acordaba en el momento de su nombre, pero sí de su apodo y cuando lo abracé le dije al oído aquel apodo tan curioso que tenía. Me dijo que ya no le decían así, quizá porque su personalidad ya no da píe para ese apodo tan chistoso. Al llegar a la casa de mis padres algo me impulsaba a buscar en los viejos álbumes de fotos que tiene mi madre. Busque aquellas fotos que correspondían a nuestro grupo de primaría y como acto mágico comencé a ver en la galería de mi mente aquellos momentos que pasé con todos ellos. Desconozco el paradero de muchos, pero sí de algunos ya que gracias al Internet nos hemos encontrado y visto aunque sea en foto. Al siguiente día decidí caminar por aquel camino donde aprendí a base de caídas a andar en bicicleta. Mi mente nuevamente me trajo los bellos recuerdos de aquellos años cuando aprendía de un modo poco común, por no alcanzar de la forma habitual. Muchos me señalaban al pasar pues era curioso como de tan poca estatura tomaba una bicicleta para personas adultas. El recuerdo de la bicicleta me trasportó a otros más que puedo decirlo ahora, no son muy gratos. Y no fueron gratos porque me los marcaron los golpes y los insultos. Había varios niños mayores y su carácter siempre estuvo marcado por el odio, el desprecio a los más pequeños. En algunos momentos intentaron arrebatarme aquella bicicleta que era de mi padre. Cuando alguien más grande se daba cuenta del ataque salían a mi encuentro para defenderme. Cuando se habían retirado los atacantes escuché muchas veces el consejo de nunca dejarme, de defender lo propio, de no dejarme pisotear ni humillar.  Otros consejos más iban en la línea de nos hacerles caso, de ignorarlos y de nunca imitarlos, pero también hubo el de aquellos que me decían que aprovechara las oportunidades en la vida y cuando pudiera tomar algo para mí lo hiciera no importando si era de otra persona. Ahora que han pasado los años he visto con tristeza lo que les ha sucedido a aquellos niños que tenían actitudes agresivas; algunos ya no están con vida y otros más se encuentran encarcelados de por vida por los errores graves que cometieron. Cosecharon lo que sembraron. La actitud de sometimiento y opresión puedo catalogarlas hoy en día como nacidas de la soberbia. Ese pecado capital que podemos definir como la base de los otros seis. Cuando la soberbia domina al hombre lo transforma hasta llevarlo a una deformación completa de su ser. La soberbia envenena el corazón del hombre y lo convierte en un ser horripilante a los ojos de los demás. La soberbia se convierte en aquel fuego devorador de la bondad y la caridad. La soberbia es el ácido que desintegra el amor. La soberbia nos impide tenderle la mano a los que yacen en el suelo sin fuerzas esperando la ayuda. La soberbia nos hace ciegos y nos impulsa a caminar entre los demás no importando si hacemos daño a otros. Cuando la soberbia ciega al hombre, éste cae en errores cada vez más grandes. La soberbia es la falsa ilusión de poder y superioridad que destruye las esperanzas de los demás pero que con el tiempo se desploma acarreando consigo a quien se afianzó a ella. La soberbia le cierra la puerta a todas las virtudes que nos concede Dios. Por eso no conviene creerse más que los demás ni sentirse superior por lo que tengo o conozco o lo que soy. Lo contrario a la soberbia es la humildad. La humildad abre las puertas del corazón de las personas y también la puerta del Cielo. La humildad es fuerza y la soberbia debilidad. La soberbia la toman los tontos, la humildad los sabios. Busquemos a Dios en todo momento y si tenemos humildad podremos tener una relación con él, si no, sólo llegaremos a hablar de él pero nunca hablaremos con él.

Hasta la próxima.

3 comentarios:

lucia baeck dijo...

Hermosa enseñanza desde la niñez,enseñar siempre la parte buena de las cosas ,no las revanchas ,ni el engaño...gracia Padre...la humildad puede y tiene más poder--mis oraciones sacerdotales.

ramon angel dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
coto dijo...

Sus experiencias me dan luz para comprender mis propias experiencias, vuelvo al pasado y me veo en algunas de ellas, pero ahora adquieren sentido y profundidad, especialmente
de la acción que siempre ha tenido Dios en mi vida.
Creo que el humilde es rico pues deja a Dios , ser Dios en él y ya no vive para él si no para Dios y vivir para Dios es vivir como hijo adquiriendo la nobleza de su Padre Celestial. El humilde es noble que más se puede pedir...
Siga escribiendo padre...siga.