jueves, 2 de febrero de 2012

LA AVARICIA



La moda del gancho para la ropa.

Por P. Modesto Lule msp
Twitter: @ModestoLule
Facebook: ModestoLuleZ

Hace algunos siglos existía una tribu de indios para quienes lo material no era considerado como lo mejor de la vida. Eran los indios Kwakkiutl, que se establecieron en Canadá, en lo que hoy conocemos como Vancouver. Estos indios para obtener renombre ante su comunidad hacían un ritual un tanto extraño para poder ganarse el respeto de los miembros de su tribu.
Entre ellos había una ceremonia que se llamaba potlatch; esta consistía en acumular una cuota determinada de: 20 canoas, 20 pieles de lince, 20 pieles de marmota, además de 20 mantas y otras menudencias acompañadas de 20 esclavos para después entregarlos a la comunidad, todo esto a cambio de una placa de cobre. Pero, no piense que la autoridad se obtenía sólo con la posesión de aquella placa.  El hombre que deseaba tener un lugar privilegiado en la comunidad debía destruir en el fuego aquella placa en presencia de toda la tribu. Todo esto se llevaba a cabo para demostrar que los dirigentes no estaban dominados por la ambición, a cambio de esto, sentían un desapego absoluto por lo material. Las prácticas actuales nos moldean en muchos aspectos. La cultura consumista de hoy te hace sentir que eres y vales más por cuanto posees o adquieres, la moda del gancho para la ropa. Los hombres luchamos a brazo partido por adquirir bienes materiales sin impórtanos en muchos casos la propia salud. No menosprecio el trabajo arduo de los padres de familia que siempre buscan dar lo mejor a sus hijos, pero cuando estos se olvidad que lo principal es el amor, comienzan los problemas, así tenemos, padres de familia que entregan su vida al trabajo para saciar de bienes materiales a sus hijos, olvidándose que para ellos son más valiosas otras cosas, entre ellas están el tiempo que se les dedica para estar con ellos, la caricia y la palabra de ternura después de levantarse o antes de dormir, el tierno abrazo de felicitación el día de su cumpleaños o al entregar sus calificaciones. También cuando son escuchados al contar lo que les sucedió en la escuela. Todos estos son momentos invaluables en la vida de las personas cuando van creciendo.

El Catecismo de la Iglesia Católica describe la avaricia como una inclinación o deseo desordenado de placeres o de posesiones. Este pecado está prohibido por el noveno y décimo mandamiento (CIC 2514, 2534). La avaricia viene del latín «avarus»: es el ansia o deseo desordenado y excesivo por la riqueza. Este mismo pecado es la raíz de otras faltas como la deslealtad, la traición, el fraude, el perjurio o el juramento en falso, sufriendo como consecuencia, el endurecimiento del corazón.

Una persona avara regularmente se aísla de los demás. No le gusta la comunicación y prefiere buscar sus propios refugios, en muchos de los casos resulta ser el trabajo tomándolo como pretexto para vivir inmerso en un mundo que se ha creado. En muchos de los casos se encierra en sí mismo y llega a regirse por modos de vida que atentan contra su salud. Me viene a la mente la imagen de una persona que en su ambición por acumular más dinero llegó a comer por meses enteros solamente sopas instantáneas. Con el tiempo las enfermedades gastrointestinales aparecieron y el dinero acumulado no le alcanzó para poder curarse. La persona avariciosa nunca puede amar sinceramente a otra. En cambio, cuando el ser humano llega a tener un encuentro personal con Cristo puede ser capaz de dejar todo aquello material que lo ataba y no le dejaba ser feliz plenamente. Hay muchos hombres y mujeres que encontraron una felicidad auténtica en el desprendimiento de sus bienes. Jesucristo nos enseña que el Reino de los Cielos es como un tesoro por el cual hay que abandonar todo aquello que nos impide ser felices. La única motivación que debe existir para hacer tal desprendimiento es el amor. La virtud que ayuda para crecer en el amor y alejarse del pecado de la avaricia es la generosidad. La generosidad es la virtud que nos impulsa a dar no solamente cosas materiales, sino también el tiempo y nuestro talento, al tiempo que cumplimos con la voluntad de Dios. La generosidad, es pues, el fruto del amor y un gran testimonio de la presencia de Dios en la tierra.

Hasta la próxima.

1 comentario:

coto dijo...

Padre yo no sé si estoy mal pero a veces pienso que algunos sacerdotes sufren de avaricia espiritual siento que no quieren compartir lo que saben y más aún creo que nos ven incapacitados para entender las verdades espirituales...eso creo...creo que hay muchos tipos de avaricia yo buscaré la mía...