lunes, 14 de mayo de 2012

DIOS NO EXISTE, ME LO DICEN LOS LIBROS



Historia basada en un acontecimiento histórico.

Por P. Modesto Lule msp
padremodestomsp@gmail.com
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Twitter: @ModestoLule

El frío se propagaba poco a poco con el transcurso de la noche, y la mayoría de las personas se mantenían en silencio en aquel vagón del tren, a excepción de unos jóvenes universitarios que bromeaban entre sí. Hacían mofa de algunos maestros que ellos conocían.
Los rostros de las demás personas eran sombríos y melancólicos. Parecían más un grupo de cadáveres, a no ser porque continuamente parpadeaban sus ojos. Las risas de los jóvenes aumentaban conforme progresaba la plática. El humo de los cigarros pronto inundó todo el recinto. Fernando, uno de los jóvenes, se percató de que entre las personas sobresalía un varón de semblante diferente. Sus ojos trasmitían la alegría que no tenían los demás. Su figura era la de una persona madura y su barba tenía algunas canas. Sin querer, Fernando se desentendió de la plática, se apartó del grupo y observó que aquel hombre en sus manos llevaba un decenario. Fernando supuso lo que hacía esa persona con el Rosario en sus manos y se acercó a él para hablarle. –Buenas noches. Dijo Fernando. –Buenas noches. Contestó el otro. –Veo que todavía cree en esas cosas. Dijo el joven. – Así es. Contestó el hombre. –¿Por qué no se instruye un poco más? Cuestionó Fernando. –Bueno. Respondió el otro. –Es una buena idea. Mándame un libro a mi domicilio y lo leeré a conciencia. –Claro que lo haré. Mencionó Fernando. El hombre metió su mano al abrigo y sacó una tarjeta. Fernando estiró su mano para recibirla. –Aquí está mi nombre y la dirección de mi casa. Ahí me puede enviar alguno de esos libros que usted lee. Fernando leyó la tarjeta y se quedó mudo; luego le pidió disculpas. El otro las aceptó. Platicaron un rato más y quedaron de verse muy pronto. La tarjeta decía: Luis Pasteur. Instituto de Ciencias de París. Fernando se avergonzó por haber pretendido dar consejos al más famoso sabio de su tiempo. 

De este incidente no comentó nada a sus amigos por temor a la burla. Pasado el tiempo se reunieron Luis Pasteur y Fernando. El problema a tratar era la existencia de Dios. Para Fernando era inexplicable cómo una persona de ciencias, como lo era su interlocutor, podía creer en algo que nunca había visto. Sentados en la gran sala de Pasteur, los dos debatían sobre el tema, muy amenamente, acompañados de té y galletillas. –¿Por qué usted cree en Dios?, ¿por qué reza? No lo entiendo. Preguntaba Fernando. –Simplemente porque sé que Dios existe. Lo puedo deducir por las cosas que me rodean. Así respondió el científico. –Yo nunca lo he visto. Mencionó Fernando. –Es que tú no ves más allá de las cosas, te quedas con lo que alcanzan a ver tus ojos. Mira, allí donde no vez más que una gota de agua, como la que está aquí en la mesa, un biólogo o un científico ve, a través del microscopio, un mundo de seres vivos. ¿Quién los hizo?, ¿de dónde salieron? ¿No crees que esto te debe llevar a reflexionar? Todo en la vida debe tener una explicación y no se puede atribuir a la casualidad. «Casualidad» no es más que una palabra, hija de la ignorancia, con la que se pretende explicar aquello cuya causa se desconoce. Entiende esto Fernando: la vida no surgió espontáneamente sobre la tierra. La ciencia verdadera establece que nunca surge un ser viviente si no existe un germen vital, semilla, huevo o renuevo proveniente de otro ser viviente de la misma especie. Y no puedes remontarte de generación en generación hasta el infinito. En todas las cosas es necesaria una causa primera, y ésa es Dios. De él proviene la vida. –Pero yo no creo en Dios. Refutó Fernando. –Tú no crees en Dios. Dijo el científico. –Pero él tuvo la idea de que nacieras con un propósito especial, porque él cree en ti. –Tal vez tiene razón. Mencionó Fernando. –Estoy consciente de que nadie en el mundo es un ser «arrojado aquí» sin motivo ni fin. Creo que todos tenemos una misión, y que debemos cumplir con ella. Tal vez lo que no tengo es fe. –La fe es un don de Dios. Agregó el científico. –No es una impresión o un sentimiento. Ni mucho menos una actitud de optimismo frente a la vida. La fe es una gracia, y sólo se alcanza por medio de la oración. –¿Por eso usted reza mucho? Preguntó Fernando. –En cierta forma. Contestó el científico. –Pero también hay que comprometerse a seguir a Cristo de cerca, imitando sus virtudes. Los que dicen no creer en Dios no engañan a otros, sino a sí mismos. No podemos negar que los argumentos racionales y filosóficos para explicar la existencia de Dios han sido provechosos. Pero debemos admitir que la evidencia más poderosa de su existencia está en la Sagrada Escritura. «Partiendo de la grandeza y la belleza de lo creado, se puede reflexionar y llegar a conocer al Creador»  (cf. Sb 13, 5). Y el mero hecho de que estés aquí, platicando, es una razón más para decir que Dios  sí existe.

Hasta la próxima.



2 comentarios:

LiGht Rose dijo...

Le saludo respetuosamente y le escribo con profunda admiración.
La historia que publicó es hermosa, y hace reflexionar.

Le felicito por su blog :]
Dios lo bendiga y proteja.

coto dijo...

La verdad un científico llega a ser sabio cuando ya no es capaz de dar respuestas a todas sus interrogantes, pues al dar respuesta a una, aparecen otras miles interrogantes más y solo le queda trascender...eso es lo que debe pasar con cada uno de nosotros interiormente, preguntarnos todo, para a trascender, ser sabios y vivir en paz.