lunes, 28 de mayo de 2012

EL REGALO MÁS GRANDE DEL MUNDO



La batalla entre el amor y la duda.

Por P. Modesto Lule msp
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Twitter: @ModestoLule

El otoño había llegado, y el césped estaba tapizado con las hojas del árbol de durazno. Las plantas se encontraban cubiertas del rocío de la mañana y la pequeña Rosita salió a jugar con su pelota. Esa era la costumbre de aquella niña cuando sus papás comenzaban a pelear.
Rosi tenía un perrito al que llamaba flautín, era su más fiel compañero. Apenas terminada la discusión, el esposo salió apresurado en su carro rumbo al trabajo. Luego de la pelea, cuando la niña entró a su casa encontró a su mamá llorando, como siempre que discutían. Disimuladamente, la señora trataba de limpiarse las lágrimas que había en su rostro. – ¿Ya quieres de desayunar hija? Le preguntó su mamá. –Sí mami, contestó Rosita. Así terminó aquella mañana de discusión. Rosita tenía seis años y comenzaba ya a ir a la primaria. Ella quería mucho a sus papás, y le dolía ver cómo peleaban continuamente. Un día, su padre llegó ebrio a casa y comenzó a golpear a su esposa. Como ya era muy noche, Rosita no pudo salir al jardín como lo hacía en las mañanas. La madre de Rosita no se quedó con los brazos cruzados, sino que comenzó a defenderse. Le gritaba a su esposo que ya estaba harta de los malditos celos y que no aguantaba más. –Mejor vamos a divorciarnos para acabar con este martirio. Gritó la esposa. –Eso es lo que quieres, respondió el esposo. –Pero ni loco te lo voy a dar. Ya estás que te friegas por irte con ese desgraciado. Primero muerto que dártelo. Rosita contemplaba estupefacta la escena. No sabía qué hacer ni qué decir ante lo que acontecía en su casa. Toda la noche fue un tormento para la pareja y también para Rosita, que no pudo dormir sino hasta de madrugada. Esa noche en lo poco que pudo dormir tuvo un sueño. En el sueño se le aparecía un ángel, ella lo saludaba y él le preguntaba muy contento cómo se encontraba. –Me siento triste por lo de mis papás. Dijo Rosita al ángel. –Pero, por qué, preguntó el ángel. –Es que se quieren separar y yo no quiero eso. No entiendo a los adultos. Se pelean por todo. Hasta por lo que no hacen. –Pero no estés triste. Le dijo el ángel.  –Mira que me vas a hacer que me ponga triste. Mejor qué te parece y te concedo un deseo. ¿Va? Pídeme lo que quieras y te lo concedo. – ¿Lo que sea?  Preguntó Rosita. –Sí, lo que sea. Dijo el ángel. –Bueno, pues quiero que se reconcilien mis papás. –Pero yo sabía que tenías otros deseos. Dijo el ángel. –Por ejemplo, sabía que querías ir a Disneylandia y una casa de muñecas gigante. –Pero ya no los quiero. Respondió Rosita. – ¿Entonces no quieres ningún juguete?  –No. Remarcó la niña. 
– ¿Entonces lo que quieres es que se quieran otra vez tus papás? El ángel volvió a preguntar. –Así es. Contestó nuevamente Rosita. –Bueno, bueno. Repuso el ángel. –Veré que puedo hacer. Por lo pronto tendré que enfrentarme en batalla con un pequeño diablillo que anda rondando por aquí cerca. Después vengo para decirte como salió todo. – ¿Ya te vas? Preguntó Rosita. –Así es. Contestó el ángel. – ¿Pero cómo te llamas?  Preguntó Rosita. – ¡Ah! Me llamo Amor. Y el diablillo con el que voy ir a enfrentarme en batalla se llama Duda, y hace mucho daño en los matrimonios. Duda empieza a trabajar en cualquiera de los esposos, y pronto obtiene sus frutos. Pero no te preocupes. Ya muchas veces lo he vencido y no creo que esta vez vaya a ser la excepción. Por ahora me retiro y espero tener muy pronto respuesta a tu petición. El ángel salió por la ventana dando un salto, y Rosita se acomodó en sus cobijas y siguió durmiendo. Pasado algún tiempo las cosas mejoraron en casa de Rosita. Las peleas de sus papás vinieron a menos hasta que ya no había más que pequeñas diferencias en algunas cuestiones de la casa. Todo cambió desde aquel día que los esposos participaron de un Retiro Matrimonial por petición del sacerdote que los visitó un día. El esposo comprendió que sus celos no eran más que puras alucinaciones alimentadas por los comentarios de su madre. Así, fue más prudente al escuchar a su mamá y no hacerle tanto caso por lo que ella sólo imaginaba. Comprendió que la más afectada era su pequeña hija. De esta manera se comprometió a tener más acercamiento a la Iglesia y con Dios. La oración se hizo más frecuente en el hogar de Rosita, y la participación en los sacramentos también. Al cabo de un año, nació un hermanito para Rosita, todo esto después de que sus papás no podían tener familia. Rosita fue cada vez más alegre y feliz al ver lo mucho que se querían sus padres. Dios concede siempre nuevas oportunidades, y no hay regalo más grande que el amor en una familia.

Hasta la próxima.

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