jueves, 25 de septiembre de 2008

Consecuencias de la música


Era un día viernes y hacía un poco de frío; yo acababa de dar un tema sobre los efectos de la música en aquel viejo salón parroquial. Cuando salía de aquel lugar descubrí que una de las señoras me esperaba y se veía preocupada.
Un poco nerviosa, me pidió que platicáramos por un momento, pues necesitaba un consejo. La señora me habló sobre su hijo Samuel, que había cambiado de la noche a la mañana y todo esto en un grado muy extremo pues, en varias ocasiones la había golpeado por prohibirle escuchar su música. Ella me platicaba sobre el cambio de su hijo, me decía: --Cuando entró a la secundaria comenzó a escuchar un tipo de música que yo nunca había escuchado. Su gusto por esta música aumentó hasta el grado de comprar unos posters y colocarlos en su recámara, su colección de discos aumentó, su vestuario comenzó a cambiar, el color negro empezó a predominar en toda su ropa, y los estampados en sus camisas me daban miedo. También dejó que le creciera el pelo y su postura desobediente me impacientaba. A veces hasta pensaba que se drogaba por el olor de su ropa y por la clase de amigos nuevos que tenía. Un día, en la tarde, se puso a escuchar su música a todo volumen pero su abuelita estaba durmiendo y le bajé el volumen a su ruido. Él no entendió y se puso como loco. Me dio varias cachetadas y se salió corriendo. Ahora no sé qué hacer, solamente me queda recurrir a Dios pero no sé cómo, por eso lo estaba esperando. La señora rompió a llorar y se ahogó en lágrimas y sollozos.

Casos como esté suceden a diario y pocas veces se recurre a Dios. Muchos creen que la música es simplemente una sucesión de ritmos, pero la música también es una manipulación de sentimientos. Te hace sentir lo que en ella quiere decir y, en casos extremos, te hace vivir lo que en ella te transmiten y todo esto por la postura que tomamos de simplemente oír y no escuchar. Cuando me dedico a solamente oír, atiendo y cuando me dedico a escuchar discierno y tomo una decisión. La palabra de Dios nos dice: «examínenlo todo y quédense con lo bueno. Cuídense del mal, dondequiera que lo encuentren». (1 Tes. 5, 21-22).

Alejandro Radchick, presidente de la Sociedad Psicoanalítica de México dice: El ritmo y las letras sí influyen en la conducta de quienes escuchan determinada canción, aunque el efecto varía dependiendo de la susceptibilidad del receptor. Radchick asegura que existen análisis científicos que comprueban la influencia de la música en la conducta humana. Y es que si te fijas bien, cada canción lleva plasmada una manera de pensar y de ver las cosas. El autor presenta su filosofía de manera personal al público. Así, cualquiera que escuche la canción repetidas veces, captará y aceptará la manera de pensar del intérprete y sus comportamientos no serán otros que los que ya ha recibido el inconsciente. También Xavier Velasco, periodista y crítico de música, considera que si las autoridades pretendieran limitar o prohibir un cierto tipo de canciones, se estaría acabando con los síntomas y no con la enfermedad.
En nuestros días, las personas acuden a muchos institutos u hospitales, centros de rehabilitación, psicólogos o terapeutas para erradicar algún problema en los jóvenes aunque esto no deja de ser un paliativo que no cura la enfermedad, simplemente la ataranta. Lo que necesita el joven es llenarse de Dios, ser hombre o mujer valiente, que transmita valores y no tenga miedo al ridículo. Que sea un modelo de los creyentes por su manera de hablar, su conducta, su caridad, su fe y su pureza de vida (cf. 1 Tim 4,12). Que tenga deseos de un mundo mejor recordando que sí cambia él, está cambiando una parte del problema. Pío XII decía: Si queremos un mundo mejor, hagamos mejores a los hombres. En el caso de Samuel hubo un cambio: él abrió su corazón a Dios y dejó que lo transformara. Comprendió que nunca era demasiado tarde para servir a Dios y durante un año y medio Samuel hizo la experiencia como misionero laico y después regresó a su casa con su madre y su familia, permaneció tres meses con ellos. Y entonces, Dios lo mandó llamar. Samuel murió en el año 1999.

Descanse en paz.




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Hasta pronto.

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