Por P. Luigi Butera, MSP
La
Eucaristía es un invento tan grande que sólo la sabiduría divina podía
realizar.
Que
la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se haya hecho hombre, manifestando
el amor como camino que lleva a la felicidad eterna, y que decide quedarse con
los hombres y hacerse alimento, rebasa toda imaginación humana.
¿Cómo
es posible quedarse en un pedazo de pan para ser comido y adorado por los
hombres? Sin duda este misterio del Amor divino, por ser tan grande arriesga
ser puesto en un rincón de nuestra inteligencia: ni aceptado ni rechazado, como
si no existiera. Pero Dios no se queda en un rincón del olvido, sino que de vez
en cuando se manifiesta con grandes milagros. Son los milagros eucarísticos,
antiguos y actuales.
Recuerdo
lo que un sacerdote franciscano me contó de un hermano lego de su comunidad.
Era muy devoto de la Eucaristía y su rostro se iluminaba cuando estaba en
adoración. Algunos de la comunidad quisieron probar si era fruto de la
presencia del Señor o sugestión suya. Entonces le retiraron el copón con las
hostias consagradas del Altar del Santísimo, dejando veladora y flores, lo
llevaron a un altar apartado polvoriento y sin ningún signo especial.
A
la hora fijada, llegó el hermano a hacer su adoración. La gran sorpresa de
todos los religiosos curiosos fue que llegando ante el altar, que siempre
guardaba las hostias consagradas, el hermano no hizo la genuflexión quedó por
unos segundos perplejo y luego fue caminando hasta llegar al altar donde habían
escondido el Santísimo. Se postró e hizo su adoración.
Que
Jesús esté en las hostias consagradas no se ve ni se siente y por eso muchos no
tienen fe en su presencia.
A
veces creen más los satánicos en su presencia, por eso roban las hostias consagradas
para sus ritos diabólicos, que los que decimos tener fe. Sucede lo mismo que
nos narra san Marcos: «¿Por qué te metes con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has
venido a destruirnos? Yo te conozco y sé que eres el santo de Dios» (Mc 1, 24).
Naturalmente
el demonio y sus secuaces no tienen fe pero están seguros de su presencia.
¿Por
qué el Señor no se nos revela para que aumente nuestra fe? Revelándose
constantemente anularía la fe, porque lo veríamos y nos dice la carta a los hebreos
que: «Tener fe es tener la plena seguridad de recibir lo que se espera; es
estar convencido de las realidades que nos vemos» (Hb 11, 1).
Nosotros
no vemos, pero creemos en la Palabra del Señor que nos dice: «tomen y coman:
este es mi Cuerpo… tomen y beban: esta es mi Sangre» (Mt 26, 26-27).
Tenemos
muchas pruebas para creer en la Palabra del Señor: Él es omnipotente, Él nos
ama. Por eso transforma el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre, y así
alimentarnos con su amor.
Por
eso arrodillados cantamos: «Señor, Jesucristo, nuestro divino salvador, gracias
te damos por tu infinito amor. Te escuchamos en la Palabra; te recibimos y
adoramos en la Eucaristía; te servimos en los hermanos. Que seamos misioneros
como lo quieres Tú, enseñando a los hombre el fuego de tu amor.»
Que
la celebración Eucarística y luego la adoración, sea siempre el centro de
nuestra energía que alimente nuestra fe para comunicarla a los demás.
Nuestra
evangelización continuará dando frutos si los evangelizados sienten hambre del
alimento eucarístico. Para eso nuestras parroquias deben contar con una capilla
para la adoración perpetua.
2 comentarios:
Padre Gracias por compartir ,gracias a usted por compartir lo que dios a echo de usted. E vuelto al rebano, ya que andava Como oveja descarriada .Bendiciones padre ! Y no nos deje nunca de compartir .Gracias.
Padre Gracias por compartir ,gracias a usted por compartir lo que dios a echo de usted. E vuelto al rebano, ya que andava Como oveja descarriada .Bendiciones padre ! Y no nos deje nunca de compartir .Gracias.
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