sábado, 6 de junio de 2015

Amor a la Eucaristía

Por P. Luigi Butera, MSP


La Eucaristía es un invento tan grande que sólo la sabiduría divina podía realizar.

Que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se haya hecho hombre, manifestando el amor como camino que lleva a la felicidad eterna, y que decide quedarse con los hombres y hacerse alimento, rebasa toda imaginación humana.


¿Cómo es posible quedarse en un pedazo de pan para ser comido y adorado por los hombres? Sin duda este misterio del Amor divino, por ser tan grande arriesga ser puesto en un rincón de nuestra inteligencia: ni aceptado ni rechazado, como si no existiera. Pero Dios no se queda en un rincón del olvido, sino que de vez en cuando se manifiesta con grandes milagros. Son los milagros eucarísticos, antiguos y actuales.

Recuerdo lo que un sacerdote franciscano me contó de un hermano lego de su comunidad. Era muy devoto de la Eucaristía y su rostro se iluminaba cuando estaba en adoración. Algunos de la comunidad quisieron probar si era fruto de la presencia del Señor o sugestión suya. Entonces le retiraron el copón con las hostias consagradas del Altar del Santísimo, dejando veladora y flores, lo llevaron a un altar apartado polvoriento y sin ningún signo especial. 

A la hora fijada, llegó el hermano a hacer su adoración. La gran sorpresa de todos los religiosos curiosos fue que llegando ante el altar, que siempre guardaba las hostias consagradas, el hermano no hizo la genuflexión quedó por unos segundos perplejo y luego fue caminando hasta llegar al altar donde habían escondido el Santísimo. Se postró e hizo su adoración.

Que Jesús esté en las hostias consagradas no se ve ni se siente y por eso muchos no tienen fe en su presencia.

A veces creen más los satánicos en su presencia, por eso roban las hostias consagradas para sus ritos diabólicos, que los que decimos tener fe. Sucede lo mismo que nos narra san Marcos: «¿Por qué te metes con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo te conozco y sé que eres el santo de Dios» (Mc 1, 24).

Naturalmente el demonio y sus secuaces no tienen fe pero están seguros de su presencia.


¿Por qué el Señor no se nos revela para que aumente nuestra fe? Revelándose constantemente anularía la fe, porque lo veríamos y nos dice la carta a los hebreos que: «Tener fe es tener la plena seguridad de recibir lo que se espera; es estar convencido de las realidades que nos vemos» (Hb 11, 1).

Nosotros no vemos, pero creemos en la Palabra del Señor que nos dice: «tomen y coman: este es mi Cuerpo… tomen y beban: esta es mi Sangre» (Mt 26, 26-27).

Tenemos muchas pruebas para creer en la Palabra del Señor: Él es omnipotente, Él nos ama. Por eso transforma el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre, y así alimentarnos con su amor.

Por eso arrodillados cantamos: «Señor, Jesucristo, nuestro divino salvador, gracias te damos por tu infinito amor. Te escuchamos en la Palabra; te recibimos y adoramos en la Eucaristía; te servimos en los hermanos. Que seamos misioneros como lo quieres Tú, enseñando a los hombre el fuego de tu amor.»

Que la celebración Eucarística y luego la adoración, sea siempre el centro de nuestra energía que alimente nuestra fe para comunicarla a los demás.

Nuestra evangelización continuará dando frutos si los evangelizados sienten hambre del alimento eucarístico. Para eso nuestras parroquias deben contar con una capilla para la adoración perpetua.













2 comentarios:

Mayrita dijo...

Padre Gracias por compartir ,gracias a usted por compartir lo que dios a echo de usted. E vuelto al rebano, ya que andava Como oveja descarriada .Bendiciones padre ! Y no nos deje nunca de compartir .Gracias.

Mayrita dijo...

Padre Gracias por compartir ,gracias a usted por compartir lo que dios a echo de usted. E vuelto al rebano, ya que andava Como oveja descarriada .Bendiciones padre ! Y no nos deje nunca de compartir .Gracias.