Se
dice que la congruencia es la madre de la credibilidad. En la actualidad es lo
que hace falta en todos los ámbitos de la vida. El día de hoy quiero compartir
parte de este escrito que meditamos en comunidad. Como saben, soy misionero y
en comunidad todos los días al iniciar el día hacemos oración y meditamos. La
meditación puede ser de textos bíblicos o lecturas espirituales. Hoy hemos
reflexionado este tratado de san Gregorio. Se los comparto y espero sus
comentarios.
Del
Tratado de san Gregorio de Nisa, obispo, Sobre el perfecto modelo del cristiano
(PG 46, 283-286)
MANIFESTEMOS
A CRISTO EN TODA NUESTRA VIDA
Hay tres cosas que
manifiestan y distinguen la vida del cristiano: la acción, la manera de hablar
y el pensamiento.
De ellas, ocupa el primer lugar el
pensamiento; viene en segundo lugar
la manera de hablar, que descubre y expresa con palabras el interior de
nuestro pensamiento; en este orden de cosas, al pensamiento y a la manera de hablar sigue la acción,
con la cual se pone por obra lo que antes se ha pensado. Siempre, pues, que nos
sintamos impulsados a obrar, a pensar o a hablar, debemos procurar que todas
nuestras palabras, obras y pensamientos tiendan a conformarse con la norma
divina del conocimiento de Cristo, de manera que no pensemos, digamos ni
hagamos cosa alguna que se aparte de esta regla suprema. (Si nos decimos
cristianos debemos pensar, hablar y actuar como Cristo quiere que lo hagamos.
Para saber esto es necesario leer y reflexionar la Sagrada Escritura. Decía san
jerónimo que quien no conoce la Escritura no conoce a Jesucristo. Lo que voy a
escribir en paréntesis es comentario personal)
Todo
aquel que tiene el honor de llevar el nombre de Cristo debe necesariamente
examinar con diligencia sus pensamientos, palabras y obras, y ver si tienden
hacia Cristo o se apartan de él. Este discernimiento puede hacerse de muchas
maneras. Por ejemplo, toda obra, pensamiento o palabra que vayan mezclados con
alguna perturbación no están, de ningún modo, de acuerdo con Cristo, sino que
llevan la impronta del adversario, el cual se esfuerza en mezclar con las
perlas el cieno de la perturbación, con el fin de afear y destruir el brillo de
la piedra preciosa.
Por
el contrario, todo aquello que está limpio y libre de toda turbia afección
tiene por objeto al autor y príncipe de la tranquilidad, que es Cristo; él es
la fuente pura e incorrupta, de manera que el que bebe y recibe de él sus
impulsos y afectos internos ofrece una semejanza con su principio y origen,
como la que tiene el agua nítida del ánfora con la fuente de la que procede.
En
efecto, es la misma y única nitidez la que hay en Cristo y en nuestras almas.
Pero con la diferencia de que Cristo es la fuente de donde nace esta nitidez, y
nosotros la tenemos derivada de esta fuente. Es Cristo quien nos comunica el
adorable conocimiento de sí mismo, para que el hombre, tanto en lo interno como
en lo externo, se ajuste y adapte, por la moderación y rectitud de su vida, a
este conocimiento que proviene del Señor, dejándose guiar y mover por él. En
esto consiste, a mi parecer, la perfección de la vida cristiana: en que, hechos
partícipes del nombre de Cristo por nuestro apelativo de cristianos, pongamos
de manifiesto, con nuestros sentimientos, con la oración y con nuestro género
de vida, la virtualidad de este nombre.
Hasta
la próxima.
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