miércoles, 1 de agosto de 2012

NOVENO MANDAMIENTO:



NO CONSENTIRÁS PENSAMIENTOS NI DESEOS IMPUROS

Por p. Modesto Lule msp
Twitter: @ModestoLule



“Una tarde, al levantarse David de su cama y pasearse por la azotea del palacio real, vio desde allí a una mujer muy hermosa que se estaba bañando. Esta mujer estaba apenas purificándose de su período de menstruación. David mandó que averiguaran quién era ella, y le dijeron que era Betsabé, hija de Eliam y esposa de Urías el hitita. David ordenó entonces a unos mensajeros que se la trajeran, y se acostó con ella, después de lo cual ella volvió a su casa. La mujer quedó embarazada, y así se lo hizo saber a David”. (2 Sam. 11, 2-5)


Esta historia narrada en la Biblia nos puede ayudar para comprender mejor este mandamiento. Para esto vamos a tomar nuevamente el texto bíblico que ya hemos citado y explicarlo por si alguien no conoce el contexto de este. David es rey del Pueblo de Israel, el segundo rey, para ser más específicos. Este mismo David fue el que venció al gigante Goliat cuando Saúl era el rey. Ahora han pasado los años y han elegido a David. Como rey, éste, tiene su esposa y concubinas; según la costumbre de aquel tiempo. Pero cierto día después de levantarse de su siesta, (cosa que no debería estar haciendo, ya que su ejército estaba en batalla y como deber de un rey de esa época debía estar al frente de la batalla) vio a una mujer muy bella cuando se bañaba. (¿Qué tenía que andar mirando el rey donde las mujeres tomaban el baño? El hombre comienza a tener pensamientos y deseos impuros cuando busca donde no debe. Quien sinceramente desea evitar un acto prohibido, debe evitar también el camino que lleva a él.) Después de haberla visto, los pensamientos comenzaron a procesarse nació el mal deseo. 

Según los moralistas los deseos por una mujer no son en sí malos.  El deseo es un fenómeno básicamente humano que forma parte del instinto de conservación. Así el deseo de amor o de una razonable posesión de bienes, son fundamentales para un equilibrio psicológico de la persona humana. De igual manera el deseo de éxito, de prestigio y de ser más feliz. La Biblia de ninguna manera prohíbe los deseos. Incluso Jesucristo nos anima a pedir. (Mc. 11, 24) Pero en el caso del rey David el deseo es equivocado. Y es equivocado porque la mujer que se puso a espiar es casada. Y muy a pesar de saber que es casada manda por ella y tiene relaciones sexuales. Un pecado siempre lleva a otro y aquí nos lo muestra claramente. La mujer queda embarazada, se lo dice a David, después éste manda a traer al esposo para que tenga relaciones con su esposa y su pecado quede oculto. El esposo no quiso estar con ella y David lo regresa a donde estaba pero con una orden de ponerlo en el lugar más peligroso hasta que muera.

Conclusión.
“Este mandamiento se refiere a los pecados internos contra la castidad: pensamientos y deseos. Se trata, naturalmente, de los deseos equivocados, de cosas prohibidas. Para los esposos son lícitos los deseos de todo aquello a lo que tienen derecho por su situación. Es claro que para que haya pecado, es necesario desear o recrearse voluntariamente en lo que está prohibido hacer. Quien tiene malos pensamientos, imaginaciones o deseos contra su voluntad, no peca. Sentir no es consentir. El sentir no depende muchas veces de nosotros; el consentir, siempre. El pecado está en el consentir, no en el sentir”. Hay que recordar que la purificación del corazón no se da sin la oración, la práctica de la castidad y la pureza de intención y de mirada. La pureza del corazón requiere el pudor, que es paciencia, modestia y discreción.


Hasta la próxima.



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Dios te bendiga.


3 comentarios:

Isabel dijo...

Gracias por recordarnos este mandamiento. Muy edificante su lectura. Saludos de Saltillo

elizabeth carmona dijo...

Gracias por su servicio en la red padre, siempre es de mucha ayuda. Bendiciones!

coto dijo...

Creo que todos somos responsables de provocar en los otros pensamientos impuros y deseos equivocados, ya sea por nuestra manera de vestir, hablar, mirar, gestos, etc...he aprendido que debo cuidarme en todo aquello que pueda incitar ha acabar con la pureza del otro y de la mía. Debo estar cada día más unida a Dios a través de la oración, la Palabra, los sacramentos, pero unida sinceramente al Corazón de Dios.